Podemos leer en los últimos días en diferentes medios de comunicación, noticias acerca de una gran mortandad de conejos de monte en torno a las vías del ave que une Sevilla con Málaga tras el vallado de su perímetro.
Se trata de un caso de notoria gravedad, no solo por el hecho de haberse producido una importante mortalidad de animales, sino porque además, son ejemplares de un elevado valor, tanto cinegético como ecológico.
Está claro que la causa ha sido la privación de alimento y agua durante un tiempo prolongado a unos conejos que, de un día para otro, se quedaron aislados en sus zonas de refugio sin poder desplazarse en busca de estos recursos.
Sin embargo, más allá de esta situación, deberíamos tratar de pensar en cuál es la causa de que las infraestructuras, vías del ave, autovías y autopistas, entre otros, sean un lugar ideal como hábitat del conejo. Son lugares colonizados rápidamente y en los que sus poblaciones crecen sin problema. Mientras, en otras zonas, probablemente no muy lejanas, cazadores, conservacionistas y administraciones invierten ingentes cantidades de dinero en recuperar una especie que a duras penas responde al esfuerzo puesto en ella.
Probablemente la respuesta no sea única y, al final, como en casi todas las cosas de la vida, el sentido común prime sobre lo demás. A veces gastamos tiempo, dinero y esfuerzo en grandes medidas de recuperación que quedan muy bien en papel pero que poco se acercan a la realidad biológica y a las necesidades del conejo.
Sin embargo, las características de estas infraestructuras “per se", resultan ideales para él. Se trata de amplias zonas relativamente aisladas, de tierras movidas y fácilmente excavables (en las que no hay ninguna boca de antemano y los conejos las diseñan a su antojo) y a la vez bien estructuradas, que impiden derrumbamientos. A esto le tenemos que unir la protección frente a los predadores que aporta la propia infraestructura, el paso de vehículos, los vallados y la comida que normalmente se encuentra próxima o incluso en los propias arcenes y medianas de estas vías, que en ocasiones es capaz de acumular agua en cunetas y aljibes artificiales.
Todo ello configura un espacio pseudonatural donde el conejo encuentra todo lo que necesita para que sus poblaciones se consoliden y crezcan de forma notable. Ésto nos debe hacer reflexionar y, al mismo tiempo, aprender, para que, cuando intentemos actuar sobre la especie, lo hagamos con ese sentido común que muchas veces perdemos.
Por último, y volviendo al tema que dio lugar a esta reflexión, ¿por qué no haber dejado unos pasos para la fauna en los vallados instalados, cuando cualquier estudio de impacto ambiental así lo exige?, ¿por qué no haber solicitado permisos para la captura de los animales y su translocación a otros lugares, o incluso su aprovechamiento cinegético? Muchas cuestiones que quizás, cuando se decidió rematar la infraestructura no se tuvieron en cuenta por no dar al conejo de monte la importancia que tiene en realidad. Quizás no se trate ahora de buscar culpables, sino de sacar conclusiones y aprender para que no vuelva a suceder.