Cada vez son más frecuentes las noticias en diferentes medios de comunicación en relación con los daños producidos a la agricultura y ganadería por la fauna silvestre, en la mayoría de los casos por especies cinegéticas.
¿Quién no ha oído hablar en los últimos meses de los problemas que tienen los payeses catalanes con a los jabalíes, los viticultores alicantinos con los arruís, los agricultores manchegos con los conejos o los ganaderos castellanos y leoneses con el lobo?
Las preguntas que surgen ante esta situación son diversas; ¿por qué aparecen?, ¿qué se puede hacer para evitarlos o, al menos, minimizarlos?, ¿quién es el responsable? Todas ellas de respuesta compleja y, en la mayoría de las ocasiones, relacionadas entre sí.
Por una parte podemos mencionar el abandono del medio del medio rural, la ausencia de una gestión adecuada, a veces por los propios cazadores pero, otras muchas, por las restricciones establecidas por la administración (con criterios difíciles de entender). Por la otra encontraríamos la dinámica poblacional de las especies que causan estos daños y las consecuencias en otras especies que comparten los mismos ecosistemas.
Para ir por orden, tendríamos que decir que los daños aparecen porque se da, al menos, una de las siguientes circunstancias en un entorno concreto: un exceso de ejemplares de una o varias especies, una escasa gestión de las mismas y unas condiciones ambientales que propician los cambios en los hábitos de los animales. Así, por ejemplo, una especie como el conejo de monte en un buen año, con alimento abundante en primavera y si las enfermedades lo respetan, puede aumentar sus poblaciones de forma exponencial hasta cifras verdaderamente elevadas. Si además en ese ecosistema los predadores y la presión cinegética no son capaces de contrarrestar ese crecimiento excesivo y el verano es prolongado y seco, como el que acabamos de terminar, que hace que el alimento en zonas de monte y matorral escasee, los animales se desplazarán a campos cercanos para intentar encontrar su sustento. La situación se agrava cuando los únicos cultivos que encuentran son de elevado valor como los viñedos o son áreas recién sembradas, causando grandes pérdidas económicas. Este mismo ejemplo se podría extrapolar si hablamos de jabalíes, arruís o ciervos de una forma similar.
En cuanto a la cuestión de qué podemos hacer para minimizarlos, la respuesta pasa, en primer lugar, por confirmar que es verdad que las poblaciones son excesivas o están desequilibradas. Si es así, tendremos que actuar a corto plazo y a nivel local mediante la caza directa de esos excedentes y la administración deberá emitir las autorizaciones oportunas de una forma diligente, complementando esta actividad con el uso de otras herramientas como repelentes y dispositivos sonoros que protejan los cultivos. Tampoco debemos olvidar hacer una adecuada gestión a medio y largo plazo, sobre todo para prevenir que esta situación surja. Para ello hay que actuar en temporada de caza y también después, intentando equilibrar las poblaciones, suplementando con agua y alimento cuando es posible para evitar los daños en los cultivos. Cuando se trata de otras especies, como el lobo, la gestión se complica por su situación legal, pero es fundamental llegar a un equilibrio sensato: los cazadores debemos cazar lobos, pero los ganaderos tienen que proteger a sus rebaños, la administración tiene que otorgar los permisos oportunos y los ecologistas tiene que adoptar una posición “realista” y lejos de medidas “extravagantes” que garanticen la adecuada gestión.
Por último, tendríamos que responder a la cuestión de quién es el responsable de los daños y, según la normativa vigente, la respuesta parecería clara, “el titular de los terrenos”. Sin embargo, este hecho está llevando a la ruina a muchas sociedades de cazadores, sobre todo en lo que a siniestros en carretera se refiere y habría que matizarla mucho, porque cuando jabalíes, ciervos o conejos causan daños y la administración limita los cupos y las fechas de caza, quizás la responsabilidad sería ya diferente.
En cualquier caso debemos rechazar la posición que muchas veces plantean los medios de comunicación al decir, cuando se cazan conejos, jabalíes o lobos, que los cazadores son asesinos, exterminadores y otros adjetivos del estilo. No en vano, cuando se producen los daños son los cazadores los que deben hacerse cargo de los mismos o se les exige que cacen hasta acabar con el problema. ¿Y si un año los cazadores se pusieran en huelga?