La normativa cinegética establece la consideración de los conductores y propietarios de rehala como cazadores deportivos, en todas las situaciones de una actividad regulada y legal.
La rehala sólo se puede entender desde la pasión por los perros y por la caza, no desde el interés económico. El cazador rehalero practica una actividad cinegética de caza mayor sobre distintas especies (jabalí y ciervo, principalmente) de la misma forma que lo hace el cazador de conejo con podencos, de perdiz con perdiguero de Burgos, de becada con setter, de codorniz con pointer o de liebre con galgo. Todos ellos desarrollan una actividad lúdico-deportiva independientemente de su actividad profesional o situación laboral.
La rehala forma parte esencial e indisoluble, de lo que se denomina Montería Española, esta actividad tiene unas reglas y usos que entroncan con la historia de nuestro pueblo y sus tradiciones y para practicarla hay que conocerlas y acatarlas para llevar a buen fin el éxito de la cacería.
Todos los intervinientes en este proceso, de antiguo, colaboran tal y como marca la tradición y con los medios que demanda el puesto esencial dentro de la montería. Los monteros o las posturas, son los cazadores que ocupen un cierre, armada o traviesa para cortar la carrera o escape de las reses en su huida de la zona que se está batiendo. Las rehalas, un conductor y ayudante que en compañía de sus perros baten el terreno para desalojar las reses que contiene; capitán de montería, la figura que organiza y controla todo el desarrollo de la montería; postor, quien acompaña a los cazadores a sus puestos, ya que es conocedor del terreno y las reglas de la montería; mulero o cargador, ayuda dependiendo de la dificultad del terreno a recuperar las reses; otros auxiliares son escasamente demandados en las monterías de carácter social, ya que entre todos los participantes se ayudan y colaboran en su realización.
Así, incluso, en gran parte de nuestro país, cada participante lleva el taco o corre con los gastos del mismo, bien en restaurantes cercanos o en el mismo campo, el servicio veterinario y la recogida de muestras la realizan normalmente los propios cazadores, que adquieren la propiedad de la caza por su abate y posteriormente llevan a analizar y pagan el coste correspondiente.
Existen en la Montería Española personas que han llegado al final de su vida laboral y tienen en su jubilación la alternativa de ocupar su tiempo en sus perros como meta final a toda una intensa vida de trabajo. Es su derecho a disfrutar del ocio como mejor lo interprete.
También tenemos situaciones de parados que nadie desea y en la que éstos mantienen su rehala con la ayuda de sus compañeros de caza y grandes dificultades. Este derecho no debe ser puesto en duda, salvo que la condición de parado o jubilado llevara consigo la exclusión de cualquier actividad deportiva y legal como la nuestra.
La única diferencia entre el resto de cazadores citados y el cazador de rehala es que este practica su afición en colaboración y con la participación de otros cazadores, normalmente con arma de fuego, que se sirven de su actividad de persecución y acoso a la pieza de caza, con el fin de abatirlas desde su puesto fijo en las modalidades de caza mayor de batida o montería. De esta forma, la relación entre rehaleros y resto de cazadores de una montería es de tipo simbiótico, de mutua colaboración entre iguales en un fin común.
La principal diferencia entre quien participa en la montería con un rifle desde un puesto fijo y quien lo hace en calidad de rehalero, es el coste de mantenimiento de su medio de caza. Entendiendo el grupo de cazadores/postores y quien organiza las cacerías, el alto coste que supone mantener a los perros, que son necesarios para desarrollar la montería, surgió la costumbre de ayudar al rehalero a compensar en parte estos gastos por aportar sus perros ese día de caza. Un rehalero, en definitiva, es un cazador cualquiera al que le cuesta más dinero que a otros practicar su deporte. Su coste no es mantener dos podencos o tres perdigueros o cuatro setter, su coste es mantener 30 o 40 perros, unas perreras, un vehículo para transportarlos, vacunas, desinfección, permisos, tasas, etc.
Este es el tipo de caza que llevan dentro los rehaleros, que está basado en una afición romántica y un amor extremo por los perros, a los que cuidan con gran dedicación 365 días al año, robando horas al sueño, para poder cazar 30 días en la temporada de monterías. Se echan muchas horas en la perrera y sólo el cariño de estos perros y salir con ellos al campo compensa estas obligaciones.
Por todo lo anterior no tiene ningún sentido que quien quiera salir a cazar con una rehala tenga que darse de alta en la Seguridad Social, ni como trabajador, ni como empresario o autónomo. Si la iniciativa inspectora en ese sentido pudiera venir por la ayuda económica que reciben el día de la montería es que no se conocen los números. Hay una enorme confusión sobre los ingresos que perciben en una rehala y lo que cuesta su creación y mantenimiento. Algunas personas sin información incluso creen que se llega a ganar dinero, nada más lejos de la realidad.
Ningún rehalero gana dinero, pues esa ayuda económica que se les pueda facilitar el día de la montería no alcanza ni la quinta parte del coste total del año. Echando cuentas de lo que se gasta y lo que se recibe, se evidencia que es una actividad económicamente ruinosa, entendida como se ha dicho anteriormente, solamente por la pasión que los rehaleros tienen por los perros y la caza.
Para la creación de una rehala partiendo de la nada, hay que disponer de un terreno con agua y luz para poder edificar las perreras, comprar un vehículo y adquirir también los primeros cuarenta o cincuenta perros. El alojamiento de los perros supone realizar un proyecto a través de un ingeniero o arquitecto colegiado que ha de presentarse para su aprobación en el Ayuntamiento y Comunidad Autónoma correspondiente. Como se deduce fácilmente, todo ésto supone muchísimo dinero.
Luego está el mantenimiento anual de la rehala cuyos elevados gastos se pueden clasificar en cinco apartados principales:
1.- Alimentación. Alimentación de aproximadamente 40-50 perros, pues para poder cazar con 25 es necesario tener en las perreras al menos este número, contando entre ellos una docena de cachorros para el renuevo.
Pienso compuesto de calidad para los adultos y piensos específicos para madres gestantes y cachorros.
2.- Sanidad y veterinaria. Estos gastos contemplan:
a) Las vacunaciones de todos los cachorros, así como una vez al año la tetravalente para toda la rehala, además de la preceptiva antirrábica.
b) Los medicamentos antiparasitarios, antibióticos, antiinflamatorios, vitaminas, anestésicos, antihemorrágicos, elementos de coser, etc.
c) Los productos para la limpieza y asepsia de perros, perreras y vehículo.
d) Los servicios veterinarios normales de vigilancia de la salud de los perros y extraordinarios de intervenciones quirúrgicas por diversas razones.
3.- Mantenimiento de instalaciones, vehículo y reposición de otros utensilios. Estos conceptos incluyen la amortización y revisiones del vehículo. Pintura, encalado y otras obras de mantenimiento o mejoras en la perrera, reposición de collares, chapas de identificación, colleras, mosquetones, cadenas, etc.
4.- Gastos de desplazamiento en temporada que corresponden principalmente al combustible y a otros gastos como alojamientos y comida cuando se caza lejos de la perrera o se tiene que volver al día siguiente o varios días a buscar perros perdidos.
5.- Gastos de administración y licencias. Comprenden todas las altas y bajas de los perros (microchips), seguros de la rehala, del vehículo y de las instalaciones; licencias de rehala y otros requisitos legales como son los contratos con empresas de servicios para la retirada de medicamentos y también para la retirada de animales muertos.
Estos son los gastos a los que de manera directa se enfrenta un rehalero que son ampliamente superiores a lo que se recibe y que sólo se compensan por la gran afición y la pasión que motiva la actividad. Pasión que desconocen los que recelan y desconfían de tanto esfuerzo sin contraprestación aparente.
La mayoría de los rehaleros tiene un trabajo que es del que viven, y por el que están dados de alta en la Seguridad Social, pero si la Administración quiere considerar la rehala como un negocio y no como un deporte, el resultado sería el alta en el correspondiente epígrafe fiscal aunque también el traslado de las pérdidas que produce la rehala para compensar los ingresos de la actividad económica principal. Es evidente que se trata de algo absurdo, complicado y además ruinoso para la Hacienda Pública.
De llevarse a cabo este tipo de medidas, que supondrían aún más trabas y dificultades burocráticas a las ya numerosas que ha de cumplir religiosamente el rehalero, se terminará con la mayor parte de las rehalas y se reducirá a un mínimo el número de monterías que tanto turismo interior y exterior y recursos genera en núcleos rurales.
Es necesario, por lo tanto, que se excluya con carácter general la actividad de la caza con rehala del régimen general de la Seguridad Social, salvo en los casos en que esta constituya un negocio o pueda considerarse como un medio de vida, cosa que en la actualidad no es así.