Diferentes organismos, algunos públicos y otros privados, cuentan con plataformas para la localización de perros perdidos o robados. Hace pocos días teníamos noticias de que la UNAC, Unión Nacional de Asociaciones de Caza, dispone de un servicio de este tipo y que, en poco tiempo, ha alcanzado un gran éxito. Todo esto es posible, en buena parte, a la identificación electrónica de nuestros perros de caza mediante el microchip.
Corrían los años noventa cuando se comenzó a escuchar la posibilidad de “poner un microchip” a nuestras mascotas por aquello de poder recuperar los animales perdidos, con objeto de sustituir las chapas, tatuajes y otros métodos que no conseguían ser del todo eficaces. En las consultas veterinarias no era fácil explicar el asunto: meter un dispositivo del tamaño de un grano de arroz “bajo la piel” para que el animal quedara identificado de por vida. “Da igual que el perro aparezca en Madrid, Sevilla, Murcia o Honolulu, si tiene microchip será posible identificarlo con un lector”, nos decían. Como apuntabamos en el párrafo anterior, esto está dando ya sus frutos y gracias a este dispositivo, algunos hemos tenido la suerte de recuperar a nuestros fieles compañeros de jornadas cinegéticas tras llevarnos un buen susto por su desaparición.
Poco a poco la utilización del microchip se ha ido imponiendo y las administraciones competentes nos han ido obligando a que identifiquemos no sólo a nuestras mascotas, sino también a otros animales de abasto para incrementar la seguridad de la cadena alimentaria y evitar el fraude por marcajes erróneos. Pero el microchip no solo ha tenido aplicación en perros, otras máscotas y ganado doméstico, sino también en la fauna silvestre y en la caza.
La primera aplicación se encuentra en la cría en cautividad de especies cinegéticas, dado que se ha unido a los crotales, anillas y otras marcas. Aunque la implantación subcutánea pueda resultar complicada en comparación con las marcas tradicionales, no lo es tanto y las posibles reacciones frente al implante del microchip son mínimas. Por otro lado, la lectura del dispositivo nada tiene que ver con la “lectura tradicional” consistente en leer el código del crotal, un hecho que implica tener al animal muy cerca para poder manipularlo. Hay lectores de microchip que identifican rápidamente al animal cuando pasa por una manga, sin necesidad de que el animal esté quieto.
La segunda gran aplicación nos viene por la investigación. No han sido pocos los estudios que han demostrado que las marcas tradicionales pueden traer problemas para los animales silvestres, tanto por poder ser identificados más fácilmente por predadores como por posibles problemas de comportamiento. El microchip permite identificar a la fauna silvestre minimizando los errores, sin infringir más molestia que la propia implantación.
Un gran problema que se nos plantea en las sueltas de especies cinegéticas es que “no queda bonito” que el animal esté crotalado o anillado, luego podemos ir sustituyendo paulatinamente estas marcas por los microchips. Muchas granjas de caza ya ofrecen la posibilidad de marcar con microchips los animales liberados para poder establecer si luego se cazan en temporada, utilizando el mismo sistema de implantación y lectura utilizado en nuestras mascotas. Aunque el precio tendrá que seguir bajando para poder marcar más animales, quién sabe si en el futuro todos los animales irán marcados para, cuando cobremos la caza, saber de dónde procede y cuándo y dónde se soltó.