Un año más se acerca el tiempo del descaste y, de nuevo, es necesario analizar su utilidad y conveniencia, más si cabe en este año “tan especial”.
Decimos “especial” principalmente por la climatología que nos ha estado sorprendiendo a lo largo de toda la primavera, no tanto por lo raro de que llueva y haga fresco o cambie bruscamente la temperatura, que es lo normal en esa época, sino por la falta de costumbre si nos fijamos en los últimos años, marcados por sequías prolongadas, inviernos cortos, suaves y con pocas nieves y temperaturas relativamente altas para esos periodos, lo contrario a éste.
Todo ello ha afectado a la fauna en general y al conejo de monte en particular, no sólo por el efecto del clima per se en los animales (especialmente en su reproducción), sino también por lo que provoca en la vegetación y, por supuesto, en el comportamiento de virus, bacterias o parásitos que tanto afectan a las poblaciones cunícolas.
Este año, en algunas zonas de nuestra geografía, ha habido brotes de mixomatosis durante el invierno, en ocasiones incluso coincidentes con otros de enfermedad hemorrágica, que han desolado algunas poblaciones, la reproducción se ha retrasado por los intensos fríos y nieves y las conejas han empezado a criar poco y tarde. Tampoco debemos olvidar que las intensas lluvias han provocado una explosión vegetal en primavera que todavía permanece en estas fechas y que ha tenido varios efectos. Por un lado ha dificultado los habituales controles que se realizan en primavera en muchas zonas de España, principalmente Castilla La Mancha, Extremadura o Andalucía y, por otro, ha favorecido la importante explosión de vectores, pulgas, piojos y garrapatas que ahora estamos sufriendo y que tan peligrosas son para los lagomorfos por la gran capacidad que tienen de transmitir enfermedades.
Todos estos ingredientes han generado un caldo de cultivo que hace que esta temporada de descaste se presente incierta y distinta a las anteriores por lo que, un año más, conviene reflexionar sobre la conveniencia o no de realizarlo según las condiciones de nuestro coto.
Cuando el riesgo de explosión poblacional, daños a los cultivos o aparición inminente de un brote de enfermedad sean evidentes el descaste puede ser una herramienta de gestión muy interesante, útil y eficaz.
Sin embargo, cuando los censos son reducidos y no son reales no conviene, ni de lejos, practicar esta caza en un momento clave para la recuperación de las poblaciones. No debemos olvidar que aquellos que “disculpan” el descaste como alternativa mejor a la aparición de mixomatosis, deben tener en cuenta que está más que demostrado que las poblaciones de mayor tamaño, estables y consolidadas resisten mucho mejor las acometidas de los virus.
Por otro lado, tendremos que considerar que, por lo especial de este año, probablemente en muchos lugares la aparición de daños en la agricultura sea menor por la abundante presencia de vegetación, que conlleva también una importante dificultad a la hora de organizar los descastes. Además, si queremos prevenir daños en la agricultura, los esfuerzos no deben centrarse en una caza de verano, “a toro pasado”, sino antes de que éstos se nos vayan de las manos, durante el invierno.
Por último, los fríos tardíos del invierno y la primavera y las temperaturas suaves de junio han hecho que, como apuntamos con anterioridad, la temporada de reproducción se alargue, o mejor dicho, se haya retrasado y en este momento todavía haya muchas conejas recién paridas o preñadas y muchos gazapos en los vivares, por lo que, de planear un descaste en esas condiciones, los estragos que causaríamos en las poblaciones cazadas serían mucho más notables y contraproducentes.
Quizás, incluso, según las condiciones, se podría considerar retrasar esta caza hasta bien entrado el mes de agosto si es necesario.
Al final, con los matices propios de cada temporada, se plantea de nuevo la eterna cuestión, descaste sí o descaste no. Sólo encontraremos la respuesta si conocemos a fondo nuestro coto y los animales que están presentes en él.