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Y la temporada comenzó...

27 October 2011

Tras muchos meses de ansiada espera, el pasado fin de semana comenzó la temporada general en prácticamente toda la Península, marcada por la polémica previa de si retrasar la apertura y, sobre todo, de quién era la responsabilidad de tomar esa difícil decisión, de la Administración, de la Federación, de los propios cazadores...

Finalmente muchos decidieron comenzar a cazar, a pesar de que las condiciones no eran las mejores, pero unas tenues lluvias en buena parte de la geografía española fueron disculpa suficiente para salir al campo.

Tradicionalmente, la experiencia, sobre todo en el caso de la caza menor, nos dice que la primera jornada suele ser de las mejores. Liebres o conejos se ven sorprendidos por los primeros tiros y los bandos de perdices poco castigados cumplen las expectativas de todos. Sin embargo, en muchos de los cotos en los que se decidió salir a cazar el domingo, la cosa no resultó como se planeaba, ni siquiera esos tímidos chubascos lograron que nuestros morrales se llenasen o que, al menos, pudieramos pasar una jornada de "buena caza" no por las piezas cazadas, sino ni tan siquiera por las muestras de los perros.

La cosa, en general, no pinta bien, pero la pregunta que debemos hacernos es sí tiene toda la culpa de esta situación el verano tan seco y prolongado que hemos vivido este año.

Por supuesto que no. Es verdad que la climatología de esta temporada ha sido especialmente mala para la caza menor en general, pero si analizamos las estadísticas de capturas de las últimas décadas o los datos recogidos por sociedades que censan año tras año sus piezas antes de comenzar la temporada podremos darnos cuenta de una decadencia preocupante que no tiene que ver con un hecho puntual como un verano más seco y cálido de la cuenta.

Desde nuestro punto de vista, el principal responsable de esta situación es el deterioro del hábitat de la caza menor, con problemas diversos en función de los cotos analizados. En algunas zonas tiene la culpa la intensificación de la agricultura, la destrucción de linderos y otros refugios o el empleo masivo de herbicidas. Sin embargo, en otras sucede todo lo contrario, planes forestales desmesurados y abandono de los aprovechamientos tradicionales de campos y montes hacen que la vegetación sea cada vez más densa y perdices y conejos se sientan cada vez más incómodos en un territorio ideal para la caza mayor y para muchos predadores que no gustan del campo abierto.

Por todo ello, quizás es el momento de no solo hablar de clima y ponerse manos a la obra porque, probablemente, la única solución a esta situación se podría resumir en una sola palabra, GESTIÓN, una gestión profesional y con la colaboración de todos si queremos seguir cazando como lo hacían nuestros abuelos.

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